jueves, 27 de octubre de 2011

La gesta de los Siete Condes: Un sacrificio olvidado

Hace mucho tiempo, cuando España pugnaba por liberarse de los invasores musulmanes, siete condes dieron su vida en combate para salvar al hijo de su rey, en una heroica acción que merece la pena ser recordada. He aquí su historia.


La España de la época

En el año 1100 la península ibérica estaba dividida en dos zonas muy diferenciadas: la España cristiana y el Al-Ándalus musulmán. En la primera reinaban dos Alfonsos: El Bravo, rey de León y Castilla y conquistador de la antigua capital hispana, Toledo, y el Batallador, señor de Navarra y de Aragón. En Ál-Ándalus, en cambio, reinaba el terror de los almorávides,
una tribu de integristas islámicos que había erigido un gran imperio que se extendía por el occidente africano y que había desembarcado en la península llamada por los reyezuelos de taifas ante el imparable avance de los reinos cristianos. Pero los almorávides juzgaron a los andalusíes faltos de la pureza de fe mínima para un musulmán, y se extendieron por todo Al-Ándalus proclamando la Sharia (derecho religioso islámico) y la guerra santa contra los infieles.
En esa tesitura, los curtidos y numerosísimos guerreros almorávides asolaron las tierras fronterizas cristianas y derrotaron a sus ejércitos en la batalla de Sagrajas y la conquista de Valencia (arrebatando ésta última a los mismísimos herederos del Cid Campeador). Toledo, la antigua capital visigoda recientemente recuperada, se salvó in extremis gracias a la ayuda que los aragoneses prestaron al rey de León. Ante la amenaza islámica todos eran hermanos.


Se renueva el ataque

Es en este complicado marco donde tiene lugar una de las batallas más importantes de la Reconquista, y también la gesta de los Siete Condes. Alí ibn Yúsuf, el emperador Almorávide, ordenó a su hermano Tamim que reiniciase el ataque contra los cristianos y recuperase el símbolo de la España perdida: Toledo. Tamim era gobernador de todo Al-Ándalus menos de la lejana taifa de Zaragoza, que había resistido merced a las buenas relaciones de su líder con el emperador, así que, con todos los recursos de las ricas taifas en sus manos y unidas al potencial del temible ejército almorávide, marchó de Granada en dirección a tierras cristianas.

Por el camino se le iban uniendo diversos contingentes de tropas almorávides y andalusíes, y para mayo del año 1108 dejaban atrás Baeza. El grueso del ejército se dirige hacia Toledo, poniendo en alerta al rey Alfonso VI el Bravo, que se encuentra en ese momento muy al norte, en Sahagún. Alfonso manda un mensaje urgente a la capital para que reuna todas las fuerzas posibles, acudiendo hombres desde las plazas cercanas más importantes, como Alcalá de Henares y Catalañazor, mientras prepara a sus mejores tropas para el combate. 

A causa de sus 68 años y de todas las heridas que sufrió durante su vida, decidió enviar a su único hijo y heredero: Sancho Alfónsez, un prometedor joven de 12 años que daría legitimidad a la campaña, dirigida realmente por el incombustible mano derecha del rey, Álvar Fáñez. Sancho iría bajo la protección del conde García Ordóñez, su ayo y tutor, puesto que todavía no tenía edad para combatir y el rey le tenía especial cariño, no sólo por ser su único heredero, sino por ser hijo de la Reina Isabel, una antigua esclava mora de nombre Zaida que se ganó el amor de Alfonso y que había fallecido hacía poco. Las mesnadas del Rey partieron a toda prisa hacia Toledo, al encuentro de los temibles almorávides.


Objetivo: Uclés

Sin embargo, el contingente Almorávide sigue avanzando y no para de crecer: de Córdoba llegan nuevos refuerzos comandados por Abi Ranq. Después de penetrar en territorio manchego se unen Ibn Aysa e Ibn Fátima, con sendos contingentes procedentes de Murcia y Valencia. Todo el potencial Almorávide de la península se pone en marcha.

El ejército musulmán está formado por las tropas norteafricanas de Yusuf, los austeros bereberes conquistadores del imperio, por las potentes milicias andalusíes, curtidas en mil batallas con los cristianos, muy numerosas y bien armadas, aunque su número es inferior al máximo posible puesto que los almorávides no se fían de ellos. Pero el plato fuerte son los contingentes senegaleses, altos negros subsaharianos con tambores de guerra, escudos de piel de hipopótamo y espadas indias curvadas: los españoles jamás habían visto hombres tan terribles como esos.

Las tropas leonesas (castellanos incluidos) esperaban tras las imponentes murallas toledanas el mortal embate del enemigo, pero unos exploradores traen la confusión consigo: los almorávides no se dirigen a Toledo, avanzan hacia el noreste de la cuidad, hacia un lugar indeterminado. Álvar Fáñez, que acababa de llegar a la ciudad, reune todos los soldados disponibles y se lanza tras los musulmanes, intuyendo funestamente su destino final.

Pues, efectivamente, Tamim no había dirigido sus fuerzas contra la muy bien defendida Toledo, sino que enfilaba hacia el castillo de Uclés, una fortaleza conquense que cumplía una función importantísima: proteger el flanco derecho de la línea fronteriza cristiana. Si el castillo caía, Toledo habría perdido uno de los flancos de su sistema defensivo. Los almorávides lo sabían, y pretendían tomar el castillo como paso previo para una maniobra que envolvería la capital y la dejaría abandonada a sus propias fuerzas. Fue por eso por lo que Álvar Fáñez reunió a todos los hombres que pudo y persiguió a la horda mahometana. Por el camino fue reclutando todas las fuerzas que pudo, mandó llamar a las guarniciones cercanas y enganchar a todos los colonos posibles. A pesar de eso, las prisas no le permitieron reunir más de 3.500 soldados, que tuvieron que ir a matacaballo tras los almorávides.


Comienzan los combates

Nadie esperaba a los almorávides en Uclés, y la pequeña guarnición del castillo no pudo hacer mucho para defender la ciudad, que cayó rápidamente en manos musulmanas gracias a la traición de los mudéjares que en ella vivían. Estos mudéjares eran musulmanes con permiso para vivir en tierras reconquistadas, pero no tuvieron problemas en indicar a los atacantes los puntos débiles por donde entrar. En pocas horas las casas habían sido saqueadas y destruidas, las iglesias profanadas, sus cruces derribadas y todos los cristianos que no lograron escapar fueron asesinados o, si eran mujeres, esclavizados y reservados para algún harén.

Sin embargo, el empuje musulmán se detiene ante el castillo. En él se guarnecen los pocos supervivientes que habían podido escapar, así como la guarnición encargada de su defensa, sabedora de que nada podía hacer contra tal cantidad de enemigos. Es 28 de mayo y la noche sorprende a los almorávides preparando el asalto al risco de Uclés... Y al ejército del príncipe Sancho llegando en ese mismo instante.

Tamim duda, no se había esperado una reacción tan rápida, y desconoce el número de tropas que han llegado. Dejarse atrapar entre una fortaleza como Uclés y un ejército de número desconocido no es buena idea, y debate con sus generales la posibilidad de levantar el campamento e irse. Pero (según cuentan las crónicas musulmanas), un traidor del ejército cristiano se deslizó a su campamento y pidió hablar con el general Almorávide. Se identificó como musulmán y explicó a Tamim la situación de las huestes enemigas con todo lujo de detalles. Le contó que eran bastante menos que los moros y que estaban cansados después de una caminata tan rápida. En esa tesitura, los almorávides decidieron plantar batalla a los españoles.


La Batalla

En este punto vamos a hablar del ejército cristiano. El rey de León había enviado a varios condes con sus mesnadas, es decir, a caballeros profesionales y fuertemente armados seguidos por tropas a pie igualmente profesionales. Además de las huestes nobiliares, acudieron las milicias concejiles de varias ciudades, compuestas por hombres libres (a caballo y a pie) que se podían costear su propio armamento y que compensaban su falta de profesionalidad con la motivación de estar defendiendo sus propias tierras. Por último, estaban los colonos, pioneros que se establecían en tierra de nadie y que eran la vanguardia de la Reconquista, muy hechos a escaramuzas y a condiciones muy duras.

Además de estas fuerzas, el ejército dirigido por Álvar Fáñez contaba con una tropa auxiliar de judíos, al estilo de las milicias concejiles pero mandadas por sus propios jefes, que había sido reclutada por la urgente necesidad de efectivos.

El sol encontró al día siguiente a ambos ejércitos preparados para la batalla. De un lado estaban los castellano-leoneses, con el centro comandado por Fáñez y las alas por el Conde de Cabra y García Ordóñez, con el joven Sancho a su lado, mientras que los judíos formaban en la retaguardia. Frente a ellos la masa de combatientes musulmanes, con las tropas cordobesas y granadinas en el centro y las murcianas y valencianas a los flancos.

La batalla comenzó con la carga de caballería cristiana, una marea de jinetes acorazados que pocas cosas podían soportar. Los caballeros hispanos hicieron estragos en la primera línea de infantería musulmana, pero enseguida tuvieron que volver grupas y reorganizarse: los musulmanes eran muchos y formaban una compacta masa de carne muy difícil de atravesar, y una vez los jinetes perdían la fuerza de la carga se volvían muy vulnerables.

Fue en ese momento, con la caballería cristiana reorganizándose, cuando los jinetes musulmanes (mucho más ligeros que los cristianos) pasaron al ataque. Se lanzaron contra los flancos y la retaguardia enemiga, atacando con rapidez y volviendo grupas enseguida, alejándose del enemigo. Los españoles ya conocían la táctica, se llamaba tornafuye (de tornar y huir), y buscaba que los confiados enemigos, pensando que les habían hecho retroceder, fuesen atraídos tras los hábiles jinetes musulmanes, que los dispersaban y derrotaban uno a uno. Las tropas de Alfonso ya se habían enfrentado a esa táctica, y la mejor contramaniobra era replegarse y permanecer en el sitio, con las filas compactas y asegurarse que no hubiese ningún hueco por donde se pudieran colar.


El desastre

Sin embargo, a pesar de que las alas aguantaron bien el ataque y se replegaron ordenadamente, la retaguardia, compuesta por las milicias de judíos reclutadas a marchas forzadas, cedió. La milicia sefardí huyó en desbandada ante la primera embestida mahometana, dejando la retaguardia totalmente desprotegida frente a los jinetes islámicos, que no tardaron en penetrar las líneas y hacer estragos en la formación cristiana.

Pero la batalla aún no estaba perdida del todo. La guarnición del castillo de Uclés tenía un lugar privilegiado para observar los acontecimientos y decidir si ayudaba a sus correligionarios, poniendo en peligro la fortaleza pero pudiendo incluso ganar la batalla, o si permanecía dentro, observando como masacraban a las mesnadas del rey pero manteniendo el castillo a salvo. Si hubiesen salido, habrían atrapado a Tamim entre dos contingentes enemigos, pero no lo hicieron, y eso decidió el destino de la batalla y de todos los cristianos que en ella estaban luchando.

La situación empeoraba por momentos: el joven Sancho se encontraba rodeado de enemigos y su ayo era incapaz de defenderle. El arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximenez de Rada, lo contó así:

Como un enemigo hiriese gravemente el caballo que montaba el infante Sancho, dijo este al Conde: "Padre, padre, el caballo que monto ha sido herido". A lo que el conde respondió: "Aguarda, que también a ti te herirán luego". Y al punto cayó el caballo, y al caer con él el hijo del rey, descabalgó el conde y colocó entre su cuerpo y el escudo al infante, mientras la muerte se cebaba por todas partes. El conde, como era muy buen caballero, defendió al infante por una parte cubriéndolo con el escudo y por la otra con la espada, matando a cuantos moros podía; pero al fin le cortaron el pie y al no poder tenerse, se dejó caer sobre el niño porque muriese él antes que el niño.
García Ordóñez, el ayo de Sancho, murió para protegerle de los enemigos que acudían de todas partes. Sin embargo el heredero del rey no murió en ese momento. Poco se sabe del cómo, pero, al parecer, las tropas cristianas lograron sacar de ahí a Sancho a costa de muchas bajas, y de apartarlo del campo de batalla. Tamim no nos dice nada de él en el recuento posterior de la batalla, y no habría dejado de signar la muerte o la captura del príncipe de León y Castilla.


El sacrifico

Álvar Fáñez se sabía derrotado, pero no por ello perdió la compostura. Logró maniobrar para sacar de la trampa a un nutrido grupo de cristianos, entre ellos Sancho, y escapar de allí. Sabía que la prioridad era salvar a Sancho, y por ello envió al príncipe hacia el cercano castillo de Belinchón con lo mejor que quedaba de su caballería, mientras el dirigía el grueso de las tropas de vuelta a Toledo, con la intención de desorientar a los almorávides y distraer su atención.

Aunque la treta funcionó, no dio el resultado esperado. Los musulmanes persiguieron a Fáñez, pero también enviaron un contingente de caballería tras el infante Sancho. Los caballos de los cristianos no eran tan rápidos ni tenían que cargar con tan poco peso como los de los musulmanes, y los escasos 20 kilómetros que separaban ambas fortalezas eran mucha distancia con los jinetes mahometanos detrás.

Por eso los condes que iban en la escolta del príncipe tomaron una decisión: se quedarían en el camino para retrasar a los musulmanes y dar tiempo a Sancho de refugiarse en el castillo. Darían su vida por la de su príncipe y por la salvaguarda del reino, puesto que nada podían hacer contra sus perseguidores, salvo morir con honor.

Siete condes de León y Castilla y unas pocas y escogidas tropas aguardaron en el camino que une Uclés con Belinchón la llegada de varios miles de jinetes almorávides. El combate no debió de ser muy largo, ni debieron causar demasiadas bajas a sus enemigos, pero consiguieron retrasarlos lo suficiente como para que Sancho llegase a Belinchón sin ser capturado. Dieron su vida por unos ideales más altos que ellos mismos, por la salvación de su reino y por su príncipe, sin mirar en ningún momento por su propia suerte.

Tras mucha investigación diplomática, se han averiguado los nombres de seis de los siete condes: Martín Flainez y su hijo, Gómez Martínez, Diego Sánchez y su hermano, Lope Sánchez, su tío Lope Jimenez y Fernando Díaz. El séptimo conde podría haber sido el propio ayo de Sancho, García Ordónez que, según algunos estudiosos, habría sobrevivido a la batalla.


La felonía

Ojalá la historia terminase aquí, pero Sancho no volvió nunca a ver a su padre. Cuando el infante y su escolta llegaron al castillo se creyeron a salvo, pero la noticia de la llegada de los almorávides revolucionó a los mudéjares de Belinchón, que eran mayoría, y al anochecer pillaron por sorpresa a la escolta y la pasaron a cuchillo junto con Sancho Alfónsez, hijo de Alfonso VI y único heredero varón al trono de León y Castilla. Así perdió la vida el hijo del rey, a pesar de todos los esfuerzos por salvarle.

La batalla fue terrible, y las tropas cristianas habían sufrido una dolorosa derrota. Tamim no tuvo clemencia y no hizo prisionero alguno, los pobres infelices que, a causa de sus heridas, no podían huir, eran rematados en el acto. Y como era tradicional, las cabezas cortadas de todos los cristianos fueron apiladas formando una espeluznante pirámide, y los almuecines llamaron a la oración y cantaron las glorias de Alá y su profeta desde lo alto.

Álvar Fáñez logró llegar a Toledo con lo que le quedaba de su ejército, donde les esperaba el rey Alfonso. Enterado de la suerte de su hijo, cuentan que clamó:

"¡Ay meu filio! ¡Ay meu filio! Alegría de meu coraçon et lume des meus ollos, solaz de miña vellez. ¡Ay meu espello en que eu me solya ver, et con que tomaba moy gran pracer! ¡Ay meu heredeiro mayor! ¡Caballeros! ¿hume lo dexastes? ¡Dadme meu filio comes!"
El viejo rey moriría apenas un año después, y el reino hubo de ser dividido entre sus muchas hijas, debilitando a la cristiandad española y retrasando la tan ansiada unidad.


Tamim, por su parte, decidió volver a Granada y no proseguir con la campaña, pero los gobernadores de Murcia y Valencia se quedaron para tomar el castillo. Para ello idearon una estratagema: al no tener armas de asedio adecuadas, fingieron su partida y esperaron emboscados a los cristianos. Los defensores de Uclés, al ver partir a los almorávides, decidieron abandonarlo y ponerse a buen recaudo pero, una vez hubieron salido, cayeron en la trampa tendida por las tropas levantinas. El castillo fue tomado y todos los defensores asesinados.

Gracias a esta victoria, centenares de tierras y varias poblaciones de importancia cayeron en manos almorávides y Tamim, por fin, pudo conquistar Zaragoza y afianzar su dominio sobre todo el Ál-Ándalus. Además, los musulmanes despreciaron el gesto de los Siete Condes y llamaron con sorna al lugar Siete Puercos y, sólo 40 años después, cuando la zona fuese reconquistada de nuevo, se le llamaría al lugar Siete Condes.

Hoy, los restos de un pequeño pueblo entre Tribaldos y Villarrubio, que recibió el nombre de Sicuendes, es lo único que queda allí para recordarnos esta heroica y trágica gesta, muy propia de aquellos valientes y honrados hombres que forjaron, a lo largo de más de ocho siglos de Reconquista, el carácter de una nación que hoy ni siquiera recuerda sus nombres.

Por Fëanar.
- Las ilustraciones son obra de ArwingRox, a quien le agradezco enormemente su labor.
- Este artículo no podría haber sido Realizado sin el libro de José Javier Esparza, Moros y Cristianos, de obligada lectura para cualquiera que le interese la historia de su país.


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3 comentarios:

  1. No tenía ni idea de ésta batalla, ni de la gesta, eso demuestra que hemos recibido una nefasta educación, somos un pueblo que no se conoce (y previamente para saber quiénes somos tenemos que conocer nuestro pasado) un pueblo sin identidad, es decir sin arraigo, sin memoria y sin orgullo personal.
    Ahora entiendo la famosa creencia nuestra… creemos que todo lo que hay fuera de nuestras fronteras es mejor... y lo decimos convencidos y es normal que opinemos así, porque la mayoría de los demás países se han encargado (y han hecho muy bien) de darnos a conocer sus logros a lo largo de toda su historia, bien con libros, bien con leyendas o con películas.
    Nosotros malamente vamos a pregonar nuestras gestas sin conocerlas, porque no las hemos estudiado, es más las pocas películas que se han rodado ha sido o bien tergiversando la historia o bien mostrando sus capítulos más oscuros….que siendo la nación más antigua de Europa también los tuvimos…
    Pero para mí lo peor, no es nuestra ignorancia (que es profunda) lo verdaderamente malo es que no nos importa serlos. Así seguiremos pensando que todo lo de fuera es mejor…y quizás es, que un pueblo ignorante se merece lo que tiene…entonces ¿por qué lucharon los Siete Condes? y sobre todo ¿para quién? Quizás si habrían sabido en lo que nos hemos convertido hubieran puesto su honor y coraje a las órdenes de otro rey y de otro país,un país que tuviera memoria y apreciara su sacrificio ¿y quién se lo podría reprochar? Yo desde luego no.

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  2. Hola, Tximeleta.

    Tienes mucha razón, es por eso por lo que hay que empezar a cambiar las cosas desde ya, de ahí algunos de los artículos de este blog (y más que están en camino). Sin embargo, no creo que los Siete Condes hubiesen dejado de luchar y morir por España ni siquiera sabiendo en lo que nos íbamos a convertir... He ahí su grandeza.

    Un saludo

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