lunes, 10 de mayo de 2010

Sobre el fracaso de Frodo en el Sammath Naur y el Padrenuestro

Largo y penoso fue el camino de Frodo desde la Comarca hasta el Monte del Destino, y pesada la carga del Anillo. Hay muchos días, muchas leguas y muchos sufrimientos de distancia entre el Frodo del Concilio de Elrond, «–Yo llevaré el Anillo –dijo–, aunque no sé cómo», y el Frodo que en las Sammath Naur se enfrenta al cumplimiento final de la Misión encomendada:

"Entonces Frodo pareció despertar, y habló con una voz clara, una voz límpida y potente que Sam no le conocía, y que se alzó sobre el tumulto y los golpes del Monte del Destino, y retumbó en el techo y las paredes de la caverna. –He llegado –dijo–. Pero ahora he decidido no hacer lo que he venido a hacer[1].No lo haré. ¡El Anillo es mío! –Y de pronto se lo puso en el dedo, y desapareció de la vista de Sam. Sam abrió la boca y jadeó, pero no llegó a gritar, porque en aquel instante ocurrieron muchas cosas".
El Retorno del Rey,
«El Monte del Destino», p. 255
En ese instante la Misión estuvo a punto de fracasar, y el destino de toda la Tierra Media pendió de un hilo... pero no sucedió así, porque el Anillo fue finalmente destruido. El éxito de la Misión fue completo. ¿Se puede decir lo mismo de Frodo?, ¿ha de pesar alguna culpa sobre él por haber fallado en el último momento? No, desde luego que no, porque Frodo demostró una capacidad de sacrificio tal que fue capaz de llegar más lejos de lo que posiblemente ni los más grandes sabios fueron capaces de prever.



"Frodo merecía todo honor porque derramó hasta la última gota de la capacidad de su voluntad y de su cuerpo, y eso fue suficiente para llevarlo al punto destinado y no más allá. Muy pocos, quizá ninguno más de su tiempo, podrían haber llegado tan lejos".
Cartas, nº 192, p. 297.

Durante el largo viaje fue tentado en varias ocasiones por el Anillo, y se lo puso cinco veces antes de la última (en casa de Tom Bombadil, en el Poney Pisador –por accidente–, en la Cima de los Vientos y dos veces en Amon Hen); pero allí, en las Moradas del Fuego, cuando un simple gesto separaba la victoria del desastre, la voluntad de Frodo sucumbió. Y no podría haber sido de otra manera, no deberíamos extrañarnos de que tal cosa sucediese allí, donde ni siquiera la luz de Galadriel era capaz de brillar.

"Al principio no vio nada. Sacó una vez más el frasco de Galadriel, pero estaba pálido y frío en la mano temblorosa, y en aquella oscuridad asfixiante no emitía ninguna luz. Sam había penetrado en el corazón del reino de Sauron y en las fraguas de su antiguo poderío, el más omnipotente de la Tierra Media, que subyugara a todos los otros poderes".
El Retorno del Rey,
«El Monte del Destino», p. 254

¿Qué podía entonces hacer un pobre Hobbit ante el poder «más omnipotente de la Tierra Media»? Sólo hay una respuesta posible: caer ante la irresistible voluntad de Sauron, no arrojar el Anillo... fracasar al fin y al cabo. Fracasar, sí, aunque la Misión triunfase. ¿Resulta aventurado afirmar tal cosa? Podría serlo, en efecto, y seguramente muchos opinen así; pero el caso es que fue el propio Tolkien quien lo dijo. Poco después de la publicación de El Retorno del Rey Tolkien recibió una carta de Michael Straight (jefe de redacción de New Republic) en la que le preguntaba acerca del «fracaso moral de Frodo». A eso Tolkien respondió:

"La Misión... estaba condenada a fracasar como plan mundanal, y también estaba destinada a terminar en desastre como la historia del proceso por el que el humilde Frodo se dirigía al «ennoblecimiento», a su santificación. Fracasaría y fracasó en lo que a Frodo concierne, al menos considerado solo".
Cartas, n. 181, p. 274

Meses después, en otra carta coincidente en muchos puntos con ésta que acabamos de ver –y a la que habremos de volver más adelante–, Tolkien profundiza en las razones del fracaso de Frodo, ¿o habría que decir mejor en la «imposibilidad de triunfo»?:

"Si relee los pasajes que tratan de Frodo y el Anillo, creo que comprenderá que no sólo le era del todo imposible entregar el Anillo, ya sea de hecho o sólo con tal intención de hacerlo, especialmente en este punto de máximo poder, sino que esta incapacidad se presagiaba desde mucho tiempo atrás. Fue honrado porque había aceptado la carga voluntariamente y había hecho todo lo que estaba dentro del máximo de sus posibilidades físicas y mentales..."
 Cartas, n. 191, p. 295

¿Está tan claro en El Señor de los Anillos lo que afirma Tolkien en esta carta: que a Frodo le sería imposible destruir el Anillo? Es posible que mientras el lector se encuentra inmerso en la historia, con sus esperanzas puestas en que finalmente todo tenga un «final feliz», no sea plenamente consciente del terrible proceso en el que se ve envuelto Frodo; pero cuando se llega al final del libro y, siguiendo el consejo de Tolkien, se somete a una relectura, todo se ve bajo una nueva luz. La airada reacción de Frodo en Cirith Ungol, cuando Sam le devuelve el Anillo tras tomarlo en la guarida de Ella-Laraña, y, sobre todo, sus palabras cuando ya cerca de la Montaña Sam nuevamente se ofrece para cargar con la maléfica carga, no dejan mucho lugar para la esperanza.

"–¡Atrás! ¡No me toques! –gritó–. Es mío, te he dicho. ¡Vete! –La mano buscó a tientas la empuñadura de la espada. Pero al instante habló con otra voz–. No, no, Sam –dijo con tristeza–. Pero tienes que entenderlo. Es mi fardo, y sólo a mí me toca soportarlo. Ya es demasiado tarde, Sam querido. Ya no puedes volver a ayudarme de esa forma. Ahora me tiene casi en su poder. No podría confiártelo, y si tú intentaras arrebatármelo, me volvería loco".
El Retorno del Rey,
«El Monte del Destino», p. 244

Hay por lo tanto dos cosas que quedan claras tras todo lo visto hasta ahora: primero que Frodo, teniendo en cuenta la magnitud de la Misión y el poder del Enemigo al que se enfrentaba, no tenía oportunidad alguna de triunfar; y segundo que por esa misma imposibilidad, y porque aun así hizo todo lo posible para conseguir cumplir con su cometido, su fracaso no se puede decir que fuese «moral» –como sugería Michael Straight en su carta–, sino más bien el fallido último paso del proceso de exaltación que fue todo su viaje... Frodo sencillamente (y usando la expresión de Tolkien) no logró la «santidad»[2]; pero así y todo demostró una nobleza superior a la que se podría haber esperado de cualquier otro. Llegados a este punto se plantea una interesante cuestión: ¿cómo es que ninguno de los «sabios» (Gandalf, Elrond, Galadriel) fue capaz, no ya de «ver» sino de sospechar, que Frodo no sería capaz de destruir el Anillo por sí mismo? Elrond, cuando se despide de Frodo, le dice:

"–Pues bien, no podré ayudarte mucho, ni siquiera con consejos –dijo Elrond–. No alcanzo a ver cuál será tu camino, y no sé cómo cumplirás esa tarea. La Sombra se ha arrastrado ahora hasta el pie de las montañas y ha llegado casi a las orillas del Aguada Gris; y bajo la Sombra todo es oscuro para mí...".
La Comunidad del Anillo,
«El Anillo va hacia el sur», p. 325

Sin ser capaz de ver lo que le sucederá a Frodo, no parece albergar duda alguna de que el Anillo será destruido. Es más, durante el Concilio parece que preocupa más lo que sucederá con los Tres una vez destruido el Único, que la posibilidad de un fracaso. ¿Actúan así porque el viaje hacia el mismo corazón de Mordor es la opción menos mala de las posibles, y ante el desastre aparentemente irremediable la Misión de la Compañía representa la única esperanza?... ¿o quizá «sabían» algo más, algo que se le oculta tanto a Frodo como al lector?

Para algunos lectores el desenlace de la Misión resulta demasiado forzado, y la intervención de Gollum poco menos que un truco de Tolkien, como un conejo sacado de la chistera de un prestidigitador. Pero pensar eso resulta injusto, y más teniendo en cuenta que no escribió ese final (sí, «final», aunque luego haya seis capítulos más) en función de los acontecimientos, sino que la trama de la historia se encaminaba hacia ese punto desde hacía muchos años. En 1939, cuando llevaba poco más de un año trabajando en El Señor de los Anillos, Tolkien ya tenía esbozado cuál sería el final de la historia:

Al final
"Cuando Bingo [escrito encima: Frodo] llega finalmente a la Grieta y a la Montaña de Fuego no se decide a arrojar el Anillo. ¿? Oye la voz del Nigromante que le ofrece una importante recompensa: compartir su poder con él, siempre que lo conserve. En ese momento Gollum –que parecía haberse reformado y los había llevado por caminos secretos hasta Mordor– aparece e intenta apoderarse traidoramente del Anillo. Luchan y Gollum se apodera del Anillo y cae en la Grieta".
El Retorno de la Sombra,
«Nuevas dudas y nuevos proyectos», pp. 471-472

Pero entonces, si todo lo tenía tan minuciosamente planeado[3], ¿qué es lo que de verdad nos está contando Tolkien?, ¿qué se esconde tras ese enigmático desenlace? Volvamos a la cita de la carta nº 191 vista anteriormente, que continúa así:

"...Él [Frodo] (y la Causa) se salvaron ... por piedad: por el valor supremo y la eficacia de la Misericordia y el perdón de la ofensa".
Cartas, n. 191, p. 295

Esto, de igual forma que a Frodo al final del capítulo «El Monte del Destino», cuando todo ha concluido, nos hace recordar las palabras de Gandalf:

"...El corazón me dice que [Gollum] todavía tiene un papel que desempeñar, para bien o para mal, antes del fin; y cuando éste llegue, la misericordia de Bilbo puede determinar el destino de muchos, no menos que el tuyo".
La Comunidad del Anillo,
«La sombra del pasado», p. 79

No fue desde luego sólo la misericordia de Bilbo, sino la de Frodo, cuando más difícil era tenerla, la que decantó el destino de la Misión. En la carta n.o 181 Tolkien lo explica así:

"Pero en este punto se logra la «salvación» del mundo y la propia salvación de Frodo por su anterior piedad y el perdón de la ofensa... Tener «piedad» de él y abstenerse de matarlo fue una locura, o la mística creencia en el definitivo valor que de por sí tiene la piedad o la generosidad, aun cuando resulte desastrosa en el mundo temporal. Le robó y lo daño al final; pero, por mediación de cierta «gracia», la última traición se produjo precisamente en el momento en que el acto malo final fue lo más benéfico que podía hacerse por Frodo. Por mediación de una situación creada por su «perdón», él mismo fue salvado y liberado de su carga".
Cartas, n. 181, p. 275

«Misericordia», «ofensa», «perdón», «culpa», «gracia»... términos que sugieren un trasfondo religioso, y que, como cita T.A. Shippey en El camino a la Tierra Media, están inspirados directamente en el Padrenuestro. Y no lo dice en vano, ni es un intento de dar una vuelta de tuerca de más a la historia, pues lo que afirma Shippey está sacado de una carta escrita por Tolkien:

Da la casualidad de que la cita que Tolkien tenía en mente cuando consideraba esta escena implica en gran medida la naturaleza dual de la maldad, pero proviene del Padrenuestro: «No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal».† Sucumbir a la tentación es asunto nuestro, podríamos parafrasear, pero librarnos del mal es asunto de Dios...† Tolkien escribió esto en una carta fechada el 12 de diciembre de 1955 al señor David I. Masson, quien amablemente me la mostró y me ha dado permiso para citarla aquí. «...“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal”, son las palabras que se me ocurren, y de las que la escena en las Sammath Naur trataba de ser un ejemplo en cuento de hadas ...»
El camino a la Tierra Media,
«Entrelazamientos y el Anillo», p. 175

Pero Tolkien va todavía más lejos, más allá de la «simple» inspiración de una oración. En dos cartas ya citadas, la n.o 191 y la n.o 192, se refiere a alguien al que llama «el Escritor de la Historia». En la primera lo cita casi de pasada, al mismo tiempo que da una razón más de por qué Frodo fracasó:

"No, Frodo «fracasó». Es posible que una vez que el anillo fuera destruido él tuviera escasa memoria de la última escena. Pero es preciso enfrentar el hecho: no es posible que las criaturas encarnadas, por «buenas» que sean, resistan definitivamente el poder del Mal en el mundo; y el Escritor de la Historia no es uno de nosotros".
Cartas, n. 191, p. 296

En la segunda en cambio, en una nota, identifica a ese «Escritor», y al hacerlo da sentido a toda la historia. Un sentido muy especial.

"El Otro Poder se hizo cargo entonces del control: el Escritor de la Historia (por el que no me refiero a mí mismo), «esa persona siempre presente que nunca está ausente y nunca se la nombra»* (como ha dicho un crítico)...

* En realidad, llamado «el Único» en Apéndice A. Los Númenóreanos (y los Elfos) eran monoteístas absolutos".
Cartas, n. 192, p. 297

La destrucción del Anillo, y en consecuencia la derrota del Mal, no fue entonces producto del azar, sino un acto divino, una intervención directa en el destino de Arda de «el Único», Eru... el Dios cristiano que Tolkien trasladó a su propia mitología. Esta afirmación es sumamente importante, tanto que nos obliga a replantearnos la auténtica naturaleza de la misión de Frodo y, en última instancia, la verdad acerca de su (¿habría que decir «supuesto»?) fracaso. Como se ha visto, Tolkien insiste continuamente en la imposibilidad de que Frodo hubiese podido arrojar voluntariamente el Anillo a las Grietas del Destino; pero... ¿y si la «verdadera» Misión no era ésa? Hay una carta muy interesante, la nº 246 (en realidad un borrador, el mismo donde Tolkien hace el extraño comentario acerca de cómo y cuándo se había planteado el desenlace de la historia), en la que se trata más en profundidad que en cartas anteriores todo lo visto hasta ahora; pero sobre todo confirma que no puede decirse que el de Frodo fuese un fracaso «moral», pues...

"...había hecho lo que podía y estaba exhausto (como instrumento dela Providencia)..."
Cartas, n. 246, p. 380
Este comentario entre paréntesis resulta sumamente esclarecedor, pues el hecho de que Frodo sea un «instrumento de la Providencia» (valdría decir de Eru, o de Dios) facilita que la Misión sea contemplada desde una perspectiva mucho más amplia. De lo visto hasta ahora se podría deducir que sí, que la tarea de Frodo consistía en destruir el Anillo, pero que cuando llegó el momento y no pudo hacerlo, y dado que había puesto todo su empeño y su voluntad en lograrlo, se produjo la intervención de Eru. Desde este punto de vista, se podría decir que lo que hizo Eru fue «premiar» el esfuerzo de Frodo, pero que éste, en cuanto a la tarea encomendada (no como individuo), fracasó. Pero el que se diga que fue un «instrumento» parece dar a entender que la intervención de Eru era parte de un plan divino, un plan en el que la Misión no consistiría en que Frodo destruyese el Anillo, sino «únicamente» en que llegase hasta ese punto de máxima presión del Anillo imposible de superar. Sería a partir de ese momento cuando, en palabras de Tolkien, «el Otro Poder se hizo cargo entonces del control». De ser en verdad ésta la auténtica Misión se explicarían varias cosas. Nos preguntábamos antes si era posible que los Sabios no supiesen que Frodo sería incapaz de destruir el Anillo, y sobre este particular convendría hacer aquí algunas reflexiones. Es evidente que Elrond no lo sabía («No alcanzo a ver cuál será tu camino, y no sé cómo cumplirás esa tarea.»), y tampoco hay nada que indique que Galadriel o Celeborn fuesen capaces de prever cómo sería el final; parece que lo único que tenían es Esperanza, Estel, y no sólo en Frodo, sino en la Providencia. Y aquí es donde entra en escena Gandalf, de todos los Sabios el que, desde un principio, reconoce abiertamente que Frodo no podría desprenderse del Anillo:

"–¿Ves, Frodo? Tampoco tú puedes deshacerte de él ni dañarlo. Y yo no podría obligarte,
sino por la fuerza, en cuyo caso te arruinaría la mente...
"
La Comunidad del Anillo,
«La sombra del pasado», p. 80

Y sin embargo, también desde el principio, afirma que la única forma de destruirlo es arrojándolo al fuego donde fue forjado. Sí, claro que Gandalf tenía que saber algo que los demás ignoraban... ¿acaso nos hemos olvidado de quién era Gandalf? Era un Istar, un Maia cuya misión era derrotar a Sauron, un ángelos en suma, un mensajero enviado a la Tierra Media. Gandalf sabía sin duda de la verdadera naturaleza de la Misión. No el desenlace, desde luego, porque eso dependía de los sacrificios que cada uno fuese capaz de asumir, de su libre albedrío, y sólo Eru puede saber cuál será el «fin de todos los caminos»; pero sí los movimientos que había que hacer hasta que, llegado el momento, «Otro Poder se hiciese cargo del control». Pero no podía decirlo abiertamente ni forzar a nadie a hacer lo que no quería, lo suyo era tocar levemente las voluntades, provocando que los demás tomasen la decisión correcta en el momento oportuno. En el Concilio de Elrond, por ejemplo, Gandalf se muestra partidario de unas sugerencias y contrario a otras... pero ni una sola sale directamente de sus labios. A la hora de decidir qué hacer con el Anillo se diría que pasa a un segundo plano. Refiriéndose a las decisiones (a veces desesperadas) tomadas durante las aventuras narradas en El Hobbit –pero que pueden ser perfectamente extrapoladas a El Señor de los Anillos–, en una conversación tras la coronación de Aragorn el propio Gandalf explica (al menos en parte) su «peculiar» forma de proceder:

"Para lograrlo utilicé en mi vigilia sólo los medios que me estaban permitidos, haciendo lo que me era posible de acuerdo con las razones que tenía. Pero lo que yo sabía en mi corazón, o lo que sabía antes de pisar estas costas grises, eso era otra cuestión. Era yo Olórin en el Oeste que nadie recuerda, y sólo con los que allí se encuentran hablaré más claramente".
Cuentos Inconclusos,
«La búsqueda de Erebor», p. 413
¿Cómo entender qué significa «en mi vigilia» y «en mi corazón»? Lo que sabe durante el estado de vigilia, las decisiones que toma, son las que marcan la lógica, la inteligencia y la experiencia; digamos que se trata de un proceso mental «natural». Pero cuando se habla de lo que sabe o dice el «corazón», la cosa cambia. La frase pronunciada por Gandalf en Bolsón Cerrado («El corazón me dice que [Gollum] todavía tiene un papel que desempeñar») adquiere aquí una enorme importancia, pues Tolkien llegó a explicar en algunas notas –de no muy fácil interpretación– que esa expresión («el corazón me dice») suponía una forma en la que el propio Eru «hablaba» directamente a sus Hijos[4]. Que Gandalf sabía más de lo que dice abiertamente no ofrece dudas a estas alturas; e incluso en el caso de que las hubiera, él mismo se encarga de disiparlas en la misma conversación de la que hemos extraído la cita anterior. La respuesta que da a un comentario de Gimli es lo suficientemente clara y escueta:

"– ...Bien, me alegro de haber escuchado todo el cuento. Si es eso todo. No creo realmente que ni siquiera ahora nos esté diciendo todo lo que sabe.
–Claro que no –dijo Gandalf".
Cuentos Inconclusos,
«La búsqueda de Erebor», p. 421

Dejando ahora este largo paréntesis y retomando el tema donde lo abandonamos, veremos que para la lógica interna de la historia, en cuanto a narración, esta explicación de la verdadera naturaleza de la Misión resulta absolutamente coherente; lo que Tolkien tenía previsto casi desde un principio era exactamente eso: que la Misión de Frodo acabaría justo antes de tirar el Anillo al fuego. Pero, ¿cómo afectó a Frodo el desenlace de la historia? Aparte de los evidentes daños puramente físicos (la herida del cuchillo del Rey Brujo, la picadura de Ella-Laraña, el dedo arrancado por Gollum) es innegable que algo se rompió muy dentro de él.

"Al principio no parece haber tenido el menor sentimiento de culpa (III, 298); recuperó la sensatez y la paz. Pero luego pensó que había dado su vida en sacrificio: esperaba morir muy pronto. Pero no fue así, y es posible observar en él una creciente inquietud ... no eran sólo recuerdos de las pesadillas de los pasados horrores lo que lo afligía, sino también una autoinculpación irracional: se veía a sí mismo y a todo lo que había hecho como un fracaso..."
Cartas, n. 246, pp. 381-382

"Podemos comprender a Frodo si tenemos en cuenta que él estaba convencido de que tenía que haber arrojado el Anillo al fuego. Comoquiera que finalmente había sido destruido, Frodo gozó de un corto período de paz interior, aunque pronto empezó a verse a sí mismo como una víctima propiciatoria: el éxito de la Misión tendría que haber exigido el sacrificio de su propia vida. Pero en cambio él seguía vivo... ¿qué mejor prueba que ésa de su fracaso? Tolkien explica así ese sentimiento: ...Eso fue en realidad una tentación venida de la Oscuridad, una última chispa de orgullo: el deseo de haber vuelto como un «héroe», no contento con ser un mero instrumento del bien..."
Cartas, n. 246, p. 382
Como dijo Gandalf, «ciertas heridas nunca se curan del todo», al menos no en las tierras mortales, y por eso Frodo...

"...fue enviado o se le permitió cruzar el Mar para curarlo, si eso era posible, antes de morir. Tendría que «irse» finalmente: ningún mortal podía, o puede, morar por siempre en la tierra o dentro del Tiempo. De modo que fue a la vez al encuentro de un purgatorio y de una recompensa por algún tiempo: un período de reflexión, de paz y de mayor entendimiento de su posición en la pequeñez y la grandeza..."
Cartas, n. 246, p. 382

Poco antes de partir en la nave blanca Frodo parece entender la auténtica naturaleza de su sacrificio, el precio que tendría que pagar. Quizá Frodo, por esa «última chispa de orgullo» –como dice Tolkien en la carta–, hubiera preferido ofrecer su vida, y ser así un héroe para los suyos; pero no, su destino no era inmolarse, sino perder algo muy amado para él y seguir viviendo... pero lejos de la Comarca.

"...Intenté salvar la Comarca, y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven..."
El Retorno del Rey,
«Los Puertos Grises», pp. 354-355

«Qué cuento hemos vivido, señor Frodo, ¿no le parece?», dijo Sam mientras el reino de Sauron se desmoronaba a su alrededor. Un «cuento» quizá demasiado complicado para unos pobres Hobbits, lleno de misterios y de grandes palabras. Y «fracaso» no es desde luego de las pequeñas.

Juan M. Villa, J.R.R. Tolkien, más preguntas en busca de respuesta.
(Bajo Licencia CC 2.5)

Notas:
[1] En la traducción de este párrafo se ha perdido un interesante matiz que T.A. Shippey destaca en su libro J.R.R. Tolkien, autor del siglo. La frase original de Frodo es: «But I do not choose now to do what I came to do», y sobre él Shippey hace el siguiente comentario (p. 172 del libro citado): «También es interesante que Frodo no diga I choose not to do [he decidido no hacerlo], sino I do not choose to do [no he decidido hacerlo]. Quizá (y Tolkien era profesor de lengua) la elección de palabras es totalmente precisa. Frodo no decide; deciden por él». Una sutil diferencia que resulta de gran importancia; pero que ha desaparecido de la edición española.

[2] Ésta es la gran diferencia entre Frodo y Eärendil, el otro gran «Héroe-Salvador» de la mitología de Tolkien. Eärendil el Bendito, sí desempeñó completamente su misión (ser mensajero y mediador entre los Hombres y los Elfos y los Valar). Se arriesgó al poner pie en las Tierras Imperecederas, y se sacrificó, pues nunca más pudo regresar a la Tierra Media; pero a cambio él sí se «santificó» (siguiendo con la expresión de Tolkien) y, en cierto modo, fue «ascendido a los cielos».

[3]  Es sorprendente que en el borrador de una carta de 1963 Tolkien afirme: «Desde el punto de vista del narrador, los acontecimientos en el Monte del Destino proceden simplemente de la lógica del cuento hasta ese momento. No fueron deliberadamente elaborados ni previstos hasta que ocurrieron» (Cartas, nº 246, p. 379). En una nota a ese mismo borrador matiza «En realidad ... hice varios esbozos o versiones de prueba en diversas etapas de la narración; pero no se utilizó ninguno de ellos, y ninguno de ellos se parecía mucho a lo que se cuenta en la historia tal como quedó acabada»... Desde luego, el esbozo de 1939 que hemos visto, parece contradecir esta afirmación de Tolkien.

2 comentarios:

  1. Perdona que después de tanto tiempo ponga un comentario, pero lo acabo de leer y he quedado encantado. Tengo que releer la obra fijándome en todos estos detalles. Muchas gracias.

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    1. Hola, Saturnino José.

      No te preocupes por eso. Me alegro de que te haya gustado, disfruta el libro, que tiene un montón de matices según lo vayas leyendo.

      Un saludo.

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