Independientemente de los avatares propios de cada época, tanto si se atraviesa por una etapa de regresión (por conflictividad generalizada en la Tierra, por ejemplo) como si hay una carrera espacial o un sereno programa espacial, en lineas generales la exploración de nuestro entorno cercano habría de seguir una serie de pasos predefinidos.
Nuestro satélite es una de las mayores ventajas tácticas con las que podríamos contar: es una masa planetaria geológicamente estable, protegida por la magnetosfera terrestre, a tiro de piedra de nosotros y con una gravedad casi seis veces menor a la nuestra, lo que nos permitirá utilizarla como un astillero gigante, donde construir nuestras naves y, sobre todo, desde donde lanzarlas con un coste energético muchísimo menor al de hacerlo directamente desde la Tierra.
Técnicamente cualquier base permanente en la Luna no sería sino una gigantesca nave espacial adosada a nuestro satélite, puesto que el satélite no puede transformarse en habitable ni albergar ningún tipo de atmósfera. No obstante, nuestra presencia allí, una vez hemos sobrepasado la etapa cartográfica y de exploración, sería el primer paso. Parece una obviedad, pero no son pocos los científicos e ingenieros de varias agencias espaciales que señalan a Marte como nuestro natural primer paso y descartan la Luna por no albergar, según ellos, ningún interés.
Marte
El planeta rojo es la probeta de ensayo perfecta para nuestros primeros pasos fuera del vientre de nuestra querida Tierra. Está muy cerca, las comunicaciones con él son excelentes (en términos aereoespaciales) y ofrece las condiciones idóneas para experimentar con la terraformación.
Terraformar, por cierto, es transformar las condiciones de un planeta para hacerlo similar a la Tierra, es decir, en uno capaz de albergar con naturalidad vida humana, lo que incluye una gran gama de especies animales y vegetales necesarias para nuestra supervivencia y para convertirlo en un sitio más adecuado para dar tranquilos paseos. El proceso en sí, a día de hoy, no es más que ciencia ficción llevado a las buenas intenciones, amén de algún que otro plan en el que interviene un lento proceso de conversión del dióxido de carbono en oxígeno mediante la dispersión de algas muy específicas al principio y diversas plantas muy estudiadas a continuación. No obstante, la terraformación es un paso imprescindible si queremos que el ser humano colonice planetas algún día, ya que la construcción de bases aisladas del medio con todo lo necesario dentro y autosostenidas, además de ser un auténtico reto de ingeniería y logística, no es viable a largo plazo sin planetas habitables en los que apoyarse.
Marte actualmente está en fase de exploración y cartografía (sobre todo lo primero), un proceso por el cual comprobamos el terreno y sus condiciones y, principalmente, ensayamos la mejor forma de llegar hasta allí. Pensad en la empresa como en el descubrimiento de América, con la diferencia de que Colón, en lugar de ser el culmen de milenios de ciencia naútica, no es más que uno de los primeros cien hombres en subirse a una barca y adentrarse en el mar. El proceso es lento, muy lento, y para evitar que se convierta en otro programa Apolo (un esfuerzo ímprobo realizado por causas ajenas a la exploración que culminó con éxito pero que no fue más que por el mero hecho de ir, es decir, sin objetivo alguno y al límite de la técnica del momento) hay que afianzarse en la ciencia aereoespacial de cabotaje antes de adentrarse en las profundidades, pues sólo controlando el vuelo orbital será seguro viajar a la Luna, y tan sólo viajando a la Luna asiduamente será factible un viaje de verdad a Marte, es decir, un viaje no tipo turista, sino tipo colonizador.
En un aparte, Mercurio y Venus son prácticamente inhabitables debido a su cercanía al sol, por lo que serían habitados (que nunca colonizados) por motivos de estudio científico o razones militares, en ambos casos en condiciones nada envidiables para los encargados.
En un aparte, Mercurio y Venus son prácticamente inhabitables debido a su cercanía al sol, por lo que serían habitados (que nunca colonizados) por motivos de estudio científico o razones militares, en ambos casos en condiciones nada envidiables para los encargados.
El cinturón de asteroides no representa ningún problema para la navegación debido a la distancia que hay entre cada uno, así que nuestras naves no tendrían que esquivarlos y hacer maniobras imposibles como las del Halcón Milenario, pero sí que podríamos sacarles provecho de dos formas muy concretas.
Los asteroides son, en primer lugar, una fuente muy importante de materias primas (minerales, sobre todo hierro), y no sería descabellado modificar su trayectoria y llevarlos a la Tierra, estableciéndolos en una órbita segura para su explotación. Después podríamos desecharlos lanzándolos hacia el sol o, simplemente, hacia el espacio profundo. En segundo lugar un asteroide del cinturón interno está en una posición inmejorable para instalar en él balizas de navegación, sondas, almacenes de repuestos o de combustible o cualquier otra cosa que una nave pueda necesitar a medio camino entre Marte y Júpiter.
Por supuesto, son un buen lugar para un posible cinturón de defensa del sistema solar interior. Aunque esta hipótesis necesite de mucha más tecnología y desarrollo que del que estamos tratando, nunca está de mas recordar que los hombres seremos hombres estemos en el planeta que estemos.
Por último, los asteroides más adecuados podrían ser situados en órbitas intermedias entre planetas para servir de estaciones de paso no sólo entre Marte y Júpiter, sino entre todos aquellos que creamos conveniente, creando una especie de camino de migajas entre ellos.
Las lunas de Júpiter
Pero ¿Para qué querríamos ir a Júpiter? Al fin y al cabo, por mucho interés científico que tenga, no deja de ser un gigante gaseoso incapaz de albergar vida humana y que, por no tener, no tiene ni superficie sólida sobre la que establecerse. Sin embargo, sus lunas si que están llenas de posibilidades.
Son bastante más pequeñas que Marte y con condiciones mucho más extremas, pero su variedad las hace tremendamente interesantes. Europa y Calixto son una roca parecida a Mercurio que son las que más posibilidades de adaptación a los humanos ofrece, Ío es el objeto más activo volcánicamente del sistema solar y Ganímedes alberga todo un océano bajo su superficie helada y su tamaño es parecido al de nuestra Luna. Una colonia en Europa y asentamientos o bases en el resto de satélites galileanos nos permitiría estudiar desde una posición privilegiada a nuestro gigante gaseoso. El abundante hielo facilitaría el establecimiento de bases humanas.
En lo que respecta al resto de planetas gaseosos, sus lunas no son más que asteroides a los que se le pueden aplicar lo explicado en la sección correspondiente, y no ofrecen lugares adecuados para una colonia, aunque si para bases espaciales que, como ya se indicó, servirían como puestos avanzados, estaciones de paso o centros de investigación científica.
Los objetos transneptunianos, entre los cuales incluyo a nuestro querido Plutón, ofrecen tan sólo posibilidades limitadas de habitación, en las condiciones anteriores. La nube de Oort (esfera de asteroides que orbita alrededor de nuestro sol más allá de las órbitas exteriores) marcaría el límite físico de nuestro sistema solar, y más allá de ese punto sería como mirar al océano Atlántico desde un trirreme romano.
La estrella más cercana, Próxima Centauri, está a 4,22 años luz de la Tierra, por lo que el viaje interestelar es inviable con los conocimientos físicos que tenemos. Además de eso, no nos valdría cualquier estrella, sino una que albergase posibles planetas que terraformar o (y esto sería lo más interesante) que pudiesen albergar vida tal cual y que, posiblemente, ya la tengan. No obstante, por ahora nos debemos conformar con nuestro propio sistema solar, que no es precisamente pequeño.
A mi entender este sería el plan lógico para aprovechar al máximo los recursos y capacidades de los que disponemos en nuestro sistema solar. Son lineas maestras que no entran en detalles porque los mismos pueden variar sustancialmente con el paso del tiempo. Sin embargo, estas directrices seguirían siendo válidas para el momento en el cual el ser humano esté preparado para llevarlas a cabo. Yo así lo espero.
Luis Ignacio Rodríguez
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