El enfrentamiento entre monarquía y república nunca es baladí, y mucho menos en España.
Desde que Recaredo abrazó el catolicismo en el III Concilio de Toledo
el rey dejó de ser una simple jefatura de estado, meramente una
monarquía hereditaria, para convertirse en un líder político y
religioso. No sólo aquellos monarcas absolutos tan poco cristianos, sino
todos los reyes desde entonces han reinado “por la gracia de Dios” y
por delegación de Nuestro Señor Jesucristo, rey, precisamente, de reyes.
A partir de aquí es como hay que leer el debate entre monarquía y
república. No es una simple elección utilitarista o de conveniencia, es
una declaración de intenciones cristalina. ¿Por qué los socialistas,
comunistas y demás marxistas no pueden ver al rey ni en pintura? Podrían
perdonarle que fuese aristócrata o incluso un burgués capitalista, pero
lo que no le podrían perdonar es que sea rey, es que recuerde con su
simple presencia el reinado de Cristo en el mundo y en España. Es por
eso por lo que un ateo encontrará francamente difícil creer en una
monarquía como la nuestra.
Incluso el modelo actual de rey que tenemos, despojado casi por
completo de su sentido y función, es una afrenta flagrante a quienes
aspiran a construir una España sin Cristo. Un primer paso imprescindible
sin el cual su trabajo nunca estará completado.
El reinado universal de Cristo se refleja política y socialmente en
el estado, de forma natural cuanto más cerca está un pueblo de Dios y
de su Iglesia, como ha pasado en España desde hace más de mil
cuatrocientos años —ojo, mucho más que cualquier edad histórica—. Por
eso, desde la llegada del liberalismo, la monarquía ha sufrido un ataque
constante parejo al que ha golpeado a la Iglesia española, porque son
elementos de un pasado lejano que no encajan en una nación liberal,
salvo remodeladas y despojadas de toda significación trascendente.
El rey de España es uno de los últimos reductos en disputa que
quedan en esta desolada patria nuestra, donde tres cosmovisiones
diferentes pugnan a sangre y fuego por su espíritu: la católica, que la
creó hace más de un milenio y llora en las catacumbas lo que no supo
defender en el foro; la liberal, impostora que nos ofrece una
convivencia falsa siempre y cuando adoremos a sus dioses del capitolio; y
la marxista, que aspira a arrasar todo por completo y construir un
nuevo mundo sin naciones, sin pueblos, familias ni personas.
No sólo es cuestión de unidad política o social, sino espiritual,
que es lo que realmente mueve el mundo. Tenemos que defender lo que por
derecho nos ha sido legado, lo que es nuestra responsabilidad por encima
de casi todo. No sólo una España unida o fuerte, sino una España
católica, valga la redundancia. Una España en la que merezca la pena
vivir. Y para ello tenemos que luchar por una monarquía digna de tal
nombre y defenderla como si en eso nos fuese la vida, porque realmente
nos va.
En Cristo Rey.
Luis Ignacio Rodríguez
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