lunes, 9 de septiembre de 2013

Un mundo no hecho para él

Jamás pensé que una noticia tan buena pudiese provocar tanta tristeza.

Me había imaginado infinidad de veces como sería ser padre, lo que sentiría, cómo me lo dirían… Pero no me la esperaba tan pronto, ni mucho menos de esta manera.

Clara se acercó un día a mí y me lo dijo. No estaba contenta, ni tampoco triste ni asustada, como sería lógico teniendo en cuenta nuestra edad. No, fue aséptico, muy limpio y calmado, como un trámite burocrático. Pero eso no fue lo peor; después de decirme que iba a ser padre me comunicó que dejaría de serlo en menos de una semana. Que no me preocupase de nada, que ella ya había decidido que no era el mejor momento. Que no le diese las gracias.
No os imagináis como fue. Nunca me han arrancado las entrañas de golpe, pero supongo que no debe ser mucho peor. ¿Cómo que dejar de ser padre? ¡Si todavía no había asumido el serlo!

Me fui sin despedirme, blanco como la cera y sujetándome el brazo como un muñeco sin vida. Me encerré en el baño y vomité varias veces; y creo que lloré, no estoy seguro. Esa noche la pasé en vela, pensando. En mi futuro, en mis padres, en Clara, pero sobre todo en mi hijo. En el hijo que ya tenía y que me querían arrebatar para siempre. Ahí fue cuando me prometí a mí mismo que eso no pasaría.

Al día siguiente fui a hablar con Clara dispuesto a convencerla por todos los medios. Traté de hacerle ver todas las razones que tenía: sin duda nuestros padres acabarían ayudándonos, yo podría dejar los estudios y encontrar un trabajo, en cuanto ella terminase podríamos ir a vivir juntos…

Todo fue inútil. Ella no quería cambiar de vida, y no estaba dispuesta a que yo cambiase la mía por algo que tenía tan fácil solución. Ese “algo” me dolió, pero volví a intentarlo. No podía renunciar a mi hijo sin luchar.

Después de varias horas aguantando, Clara decidió irse muy agobiada y diciéndome que tampoco estaba segura de querer seguir conmigo. Curiosamente, eso fue lo que menos me importó.

Esa noche hablé con mis padres, pidiéndoles consuelo y ayuda para convencerla. Lo primero me lo dieron, a pesar de la decepción que se escapaba de los ojos de mi madre, pero nada obtuve de lo segundo.

—Déjalo estar, Alberto —me dijo mi padre poniéndome una mano en el hombro con cara de circunstancias. Sabía por lo que estaba pasando, pero no podía hacer nada.

Volvía a estar solo. Solo, pero con mi hijo, y eso era suficiente. Dos días después la llamé de nuevo para hablar y me citó en su casa, junto con sus padres. Allí volví a repetirle los mismos argumentos, las mismas razones de antes, que ella escuchó hierática, sin inmutarse. Al final, como último recurso, me ofrecí para hacerme cargo del niño a solas, sin ninguna obligación por su parte. Le dije que yo lo mantendría y lo cuidaría, y que ella podría verlo y estar con él cuando quisiera, sin necesidad de hacerse cargo de nada. Clara se sorprendió mucho, pero su madre me respondió violentamente que no tenía ningún derecho a hacer pasar a su hija por el embarazo ni obligarla a cargar con “eso” nueve meses. Desesperado, me arrodillé para suplicarle que no lo matase.

—Estás loco, Alberto —fue la única respuesta que me dio.

Esta vez sí que estaba asustada, pero su padre me echó por la puerta, literalmente, y me amenazó si volvía a acercarme a ella.

Pero no pensaba rendirme. Durante un momento, mientras me arrodillaba, pude acercarme a mi hijo, y os prometo que lo sentí, pude oírle decir “papá”, confundido, sin entender qué estaba pasando.

Volví a mi casa prometiéndome de nuevo que no iba a abandonarle. Fui al rastro y vendí todo lo que tenía, desde mi ropa de marca hasta el ordenador; incluso cogí la televisión de plasma del salón de mis padres y la malvendí en una tienda de segunda mano. Saqueé mi cartilla y me presenté con todo el dinero que reuní frente a Clara, a la salida de clase.

Se sorprendió al verme, pero más lo hizo cuando le enseñé el fajo de billetes y se lo puse en la mano.

—Por favor… —supliqué—, no lo hagas, te lo ruego.

Estuvo un minuto quieta, pensando, hasta que me tiró el dinero y se fue corriendo.

—¡Estás loco, Alberto! —gritó mientras se alejaba de allí. Aunque yo solo veía a mi hijo cada vez más cerca de la muerte sin poder hacer nada.



Pasados dos días Clara ya estaba dispuesta para ir a la clínica, pero yo no podía permitirlo, no iba a permitirlo. Había usado el dinero para prepararlo todo, y ya estaba listo.

De madrugada, cuando Clara salió de su casa como todos los días, me acerqué por detrás y le puse un paño con cloroformo en la boca. Enseguida la metí en una furgoneta que había alquilado para eso y la até bien fuerte, pero intentando no hacerle daño. La saqué de la ciudad y la llevé a un viejo hostal de las afueras, donde tenía todo preparado para aguantar los meses que restaban hasta el parto.

—Lo siento muchísimo —le dije cuando se despertó, amordazada y atada a la cama—. No te haré nada, y cuando todo termine podrás marcharte sin problemas.

Ella me miraba como si fuese un asesino a punto de violarla.

—No he tenido… Es su única posibilidad de vivir —le dije—. La de nuestro hijo.

No lo dijo con la boca, pero si con los ojos:

—Estás loco, Alberto.

Me acosté en el suelo, haciéndome un ovillo en el saco de dormir, tratando de no pensar en nada más que en mi pequeño para que el mundo no se me cayese encima y me aplastase.


No sé cómo pasó, pero el caso es que se escapó. Fui a darle de comer un poco de merluza empanada que había intentado cocinar y le solté una mano. No sé exactamente por qué lo hice, tal vez porque quería que estuviese más cómoda. El caso es que cuando me di la vuelta aprovechó para terminar de desengancharse y echar a correr gritando.

No supe qué hacer. Sencillamente me quedé allí sentado, entre varias cajas de comida enlatada y muda limpia que había comprado para Clara hasta que vino la policía y me detuvo.

Cuando me interrogaron, traté de hacerles entender que lo había intentado todo y que solo lo hacía por mi hijo, pero me escucharon sin decirme nada, sin un grito o una mirada de comprensión. Mi abogado tampoco tenía interés en que me explicase, pues solo le interesaba aprovechar cualquier irregularidad para rebajar mi pena. Ni siquiera pestañeó cuando le pedí que le mandase un último mensaje desesperado a Clara.

—No puedo hacerlo —me dijo, y siguió con lo suyo.

Me acusaron de conspiración, rapto e incluso del robo de la televisión de casa de mis padres, los cuales se negaron a visitarme y ni siquiera me miraron durante el juicio. El juez, después de recriminarme mi machismo y misoginia, aseguró que la pena, siete años, le parecían pocos para un crimen como el mío. Ni siquiera me dejaron terminar cuando les pedí clemencia, no para mí, sino para mi hijo.



Cuatro interminables días después, ya en la celda de la prisión, un celador me dio la noticia de que mi hijo había muerto y que Clara estaba bien. Ahí se acabó todo para mí. Intenté acunarlo, darle un beso en la frente. Hablarle. Traté de pedirle perdón por haberle fallado, por no haber estado a su lado y haber permitido que se lo llevasen, pero no tenía fuerzas ni para levantarme del suelo.

Mi compañero de celda llamó a los sanitarios, pero ellos constataron que estaba físicamente bien y me dejaron allí tirado. Por la noche me levanté, como borracho, y saqué mecánicamente la funda de la almohada, haciéndola pequeñas tiras que luego anudaba entre sí. Este mundo no está hecho para ti, pequeño, le dije. Es duro y cruel, y tú eres demasiado tierno.

Até la improvisada soga a una de las barras superiores de la puerta, tratando de no despertar a nadie, e hice un último nudo. Ahora ya no tengo nada que hacer aquí, estoy deshecho, muerto, y mi vida solo es un tremendo vacío con la forma de una carita sin definir.

Eché un último vistazo por la minúscula ventana, justo cuando el sol rompía el alba, y me lancé a los brazos de mi hijo.

Incluso después de morir pude oír a la gente gritar, y las carreras y los intentos que hacían por salvarme. Pero, ¿sabéis qué? Ya no me importaba, porque estaba al lado de mi bebé. Es una niña, y tiene una sonrisa encantadora.

Luis Ignacio Rodríguez

Fëanar

2 comentarios:

  1. Muy correcto aunque difiera de la "satisfacción" de un suicidio. La muerte es el mayor exponente del fracaso tanto de concebido como del padre,
    Hay que crecerse en la derrota y levantarse en la caída y luchar por lo que uno cree.
    Cuanto dinero hubiera aguantado ella y sus padres? Sería aleccionador como funcionamos, como si ofreces el suficiente cantidad de dinero terminas salvando a tu hijo.
    Es curioso que esta sociedad incluso promueva que se mate un ser humano con una "batidora" pero curiosamente una vez nacido aunque sea un minuto después te condene con la mayor pena por matarla. Donde está esa frontera? Bajo que legitimidad, ética y no digo ya moral, hoy puedo asesinarte, pues me prevalgo de mi superioridad al hacerlo, y mañana es castigado con la máxima pena?
    ¿Cuando y quien le otorgó a la mujer el derecho a decidir para bien o para mal?.
    Mucho me temo que es la modernidad la que entienda que este mundo no es sostenible y que por ello todo aquello que limite la procreación es bueno para el globo terráqueo. Y curiosamente ello solo reza y solo debilita a las naciones evolucionadas pues sirva de ejemplo el islam donde no es que este penado el aborto con cárcel es que en la mayoría de países el mero hecho de la homosexualidad esta sancionado llegando incluso a la pena de muerte.
    No sigo estimado y apreciado aytor.
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    Miguel

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  2. Relato precioso y triste a la vez. Ese suicidio final no es sino la muestra de la unica via de escape que una sociedad enferma por su propia contradicción deja a un joven padre desesperado por no poder salvar la vida de su bebé; es el acto último de desesperación de un hombre que siente haber perdido lo único por lo que valía la pena luchar en su vida. Es un fracaso, si, pero es el fracaso del mundo el que arrebata a ese padre la vida y que se pone de manifiesto en una horca.

    Me ha encantado y espero de corazón que ningún padre tenga que pasar por el horror de ver como deciden arrebatarte a tu hijo sin una sola oportunidad de salvación.

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