jueves, 26 de enero de 2012

¡Santa Democracia! La religión liberal

De sobra es sabido que el liberalismo no llega a la categoría de religión al no ofrecer ninguna clase de misterio divino, pero que copa el resto de aspectos, desde la moral hasta la política. Sin embargo, el ser humano es religioso y necesita del misterio, y el sistema liberal, a pesar de haber asumido parte de las creencias y costumbres católicas, ha ido desarrollando su propio sistema religioso, único y diferenciado.

La religión liberal disfruta de sus propios dogmas, incuestionables, inamovibles y base de cualquier teoría política o social que pueda producir. Que nadie se atreva a negar la Soberanía Nacional, ni la Sacrosanta Libertad (versión ingenuista, por supuesto), ni siquiera a relativizarlos, pues son universales y omnipresentes en las naciones "buenas" (léase desarrolladas, occidentales o civilizadas) y de necesaria implantación en las "malvadas". Todos los dogmas aparecen en el Credo de la Carta de los Derechos Humanos, auténtico Texto Sagrado que propugna su propia forma de ser para el hombre. Existe una Historia Sagrada, desde las sociedades pre-democráticas, con sus profetas y mártires que, a lo largo de los siglos, conservaron, transmitieron y lucharon por el ideal democrático hasta la maravillosa eclosión liberal-ingenuista de la Revolución Francesa que, precedida por la Anunciación de la Independencia Norteamericana y como una nueva Encarnación, vino a alumbrar las esperanzas de la humanidad y a llevar a la misma por la senda de la felicidad y del prometido paraíso en la Tierra, donde los hombres vivirán iguales, libres y hermanos.


No nos olvidemos del agente ejecutor de esta salvación, la Divina Democracia, redentora del género humano, destructora de iniquidades y justa por antonomasia, que viene a liberar a quienes la alumbraron de las garras de su propia degeneración (recordemos a la humanidad como redentora y redimida a un tiempo, según la visión ingenuista). Esa redención sería el progreso, el esperado horizonte que todos anuncian y por el que hay que hacer los mayores sacrificios, pero que nunca termina por llegar. La propia palabra "democracia" (de hecho, al religión podría llamarse así) ha adquirido un valor tal que la acusación de no ser o no estar de acuerdo con la misma equivale a una acusación pública de herejía.

La religión democrática tiene sus propios demonios, encarnaciones del mal que azotan a la Iglesia liberal de los elegidos, el fascismo, el nazismo y el ultraderechismo, antiguos señores del mundo destronados por la democracia y que detienen la Venida del tan esperado Progreso.

Tampoco nos olvidemos que es, como el catolicismo, una religión que no se resigna al interior de la persona, y demanda una dimensión pública. Los parlamentos son los nuevos sagrarios donde reside lo más íntimo y sagrado de la Democracia, las elecciones son las celebraciones litúrgicas que unen en comunión al pueblo con Dios, con la Democracia. Las manifestaciones pasean las distintas facetas del sentir público por las calles, como las procesiones que aún ahora perviven. Los memoriales de víctimas (distintos para cada país) tienen un inconfundible sabor al recuerdo de los mártires, y las estatuas de los diversos héroes nacionales adornan, como las imágenes de los santos, las calles de nuestra adorada religión (en España, de hecho, la mayor parte de estatuas de la capital se deben a la eclosión de liberalismo del siglo XIX). Sin olvidar que gran parte de esas calles se llaman como políticos y próceres del liberalismo decimonónico.

La prensa, que dejó de ser libre hace mucho, actuaría como un nuevo tribunal del Santo Oficio, señalando los límites de la ortodoxia liberal y condenando al Sanbenito a los herejes que se salgan de ellos. Hasta podemos identificar a la jerarquía eclesial en la casta política actual, dividida en presbíteros y obispos según su importancia, con distinción de órdenes (partidos) y cada una con su propio santo fundador (por poner un ejemplo, Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista español, que no ha necesitado ser democrático para ser elevado a los altares), donde no importan los actos de los políticos, sino la función sagrada y espiritual que representan, y que son coreados por gran cantidad de personas en una demostración de fe que movería montañas.

Por último es necesario señalar la profunda unidad entre religión y vida pública que existe entre la Democracia y el actual estado liberal. Aquellos que a lo largo y ancho de todas las democracias liberales se hacen llamar laicos, lo único que hacen es declarar su pertenencia a la nueva religión y su adhesión más allá de toda duda. El catolicismo, tolerado en tanto en cuanto se pliegue al nuevo Dios que se ha sentado en el capitolio, podrá subsistir como culto privado y hasta conservado como una curiosidad cultural, pero siempre despojado de su carga social, política y trascendente. De la misma forma, el marxismo tendrá su lugar en la nueva Iglesia siempre y cuando respete sus normas. Claro está, ni el catolicismo ni el marxismo pueden aceptar esta situación sin acabar desapareciendo.

1 comentario:

  1. Nada nuevo bajo el sol...
    Un comentario bastante lúcido. Hoy, todos los líderes y naciones "buenas" se apuntan al carro de la democracia, en sus diferentes etiquetas: que si liberal, que si popular (lo que es tachado de hereje también, claro, igual que un católico a un protestante), que si orgánica...
    La democracia legitima a los líderes y a sus actos, por aberrantes que sean, y al fin y al cabo, es cuestión de Fé. Votar cada serie de años no significa que la democracia exista, igual que ir a misa los domingos no es una prueba de la existencia de dios. Es desigualmente percibida, pues si en un país como España, inmediatamente se identifica con Bienestar (otro santo de esta religión), que se lo pregunten a los iraquíes, o a los libios.
    Igual que la religión cristiana denigraba a los musulmanes, pero en la práctica no impedía ocasionales alianzas con turcos, reinos taïfas o lo que se terciase, la santa democracia denigra a unos (por ejemplo Venezuela), pero no muestra pudor en hacerse amiga de China (amiguísima), o de Arabia Saudí (creo que Juan Carlos vive ahora en Riad). Y la mejor baza que tiene la democracia es que, como reza su dogma más importante, "la democracia no es perfecta, pero es el menos malo de los sistemas", puede hacer muchas de estas cosas a la cara de los ciudadanos, sin temer a ningún espíritu crítico que, si existe (gracias a la extensión de la alfabetización) queda anulado gracias a otra importante novedad: la masificación, porque nunca el ser humano fue tan numeroso y tan insignificante como ahora. Eso hace posible que podamos escribir esto públicamente, ya que vivimos en un Estado Democrático que, con todo, e incluso gracias a ello, puede seguir sustentando su postureo.

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