martes, 11 de enero de 2011

Deshaciendo mitos; de Galileos e Hipatias

Me gustaría presentaros a dos figuras de fama mundial, dos nombres que no necesitan presentación alguna: Hipatia y Galileo. Se ha dicho mucho de ellos, y sobre todo de su tormentosa relación con la Iglesia. De uno han corrido ríos de tinta, y de la otra la película de Ámenabar no ha hecho más que atraer la atención sobre ella. Son dos luchadores por la libertad, dos luces en medio de la oscuridad, dos pensadores contra el inmovilismo… O eso nos han hecho creer.

De Galileo ya hablé en otro Tahona, y como comenté las cosas no fueron como muchos creen que pasó. No fue, por supuesto, un caso reducible a “buenos y malos”, pese a que la inmensa mayoría de escritos al respecto parecen encaminados a fulminar al tribunal y ensalzar al paladín de la verdad y del progresismo científico. Por ejemplo, se da por hecho que Galileo sólo se movía por afán científico. Frente a eso baste recordar su durísimo ataque a los astrónomos jesuitas que sostenían que unos cometas observados eran objetos reales, frente a la opinión de Galileo, que defendía sin prueba alguna que eran ilusiones ópticas, todo porque pensaba que no cuadraban con el sistema copernicano que él defendía como cierto.



Existe también la leyenda de que oscuros intereses políticos que hicieron caer al pisano en las garras de la todopoderosa Iglesia. Se presenta el proceso como un intento por mantener el statu quo de la Iglesia frente a las nuevas y revolucionarias ideas. También se muestra a Galileo como defendiendo una verdad científica y objetiva frente al dogmatismo católico. Pero nada más lejos de la realidad. El trato que recibió fue más que correcto, puesto que cuando fue llamado a Roma se alojó, a cargo de la Santa Sede, en una casa de lujo, con 5 habitaciones, vistas al jardín vaticano y servicio personal. Tras la sentencia fue albergado en la famosa Villa Medici en el Pincio. Desde allí se trasladó en condición de huésped al palacio del Arzobispo de Siena, uno de sus admiradores. Al final acabó en su villa de Arcetri, llamada “La Joya”. Curioso trato para un “hereje” y enemigo político, sobre todo cuando ni el dinero, ni el prestigio ni los títulos defendieron a otros muchos de la cárcel o la hoguera.

Es de común ignorado, por ejemplo, que los mayores enemigos de Galileo estuvieron en las universidades, que bien por envidia o por inmovilismo le opusieron vacuos argumentos aristótélicos más que verdaderas evidencias y explicaciones. Sus mayores defensores, no obstante, fueron eclesiásticos. También observamos que el tribunal se abstuvo de utilizar su vida privada para desacreditarle (tentación muy fuerte, si el objetivo no fuese la defensa de la Verdad, como así se afirma), pues Galileo vivió con una mujer sin casarse, con la que tuvo dos hijas a las que forzó a meterse en un monasterio de niñas, usando su prestigio para saltarse las restrictivas normas que buscaban evitar precisamente estas situaciones.

La prohibición sobre su libro, que se publicó con la bendición de la Iglesia y que fue acogido triunfalmente en Roma y su autor nombrado miembro de la academia pontificia incluso después de sus primeras obras a favor del copernicanismo, vino cuando no respetó el acuerdo de impresión, es decir, presentar la teoría copernicana como hipótesis, no como hecho consumado. Y no sólo eso, sino que puso en boca de Simplicio, el personaje tonto del mismo, los consejos de prudencia recibidos por parte de su amigo y admirador, el Papa. La Iglesia le pedía prudencia, a la espera de que el mundo científico se inclinase por una de las dos teorías, pero Galileo decidió lanzarse de golpe sin atender a razones. Quizá por un deseo de fama personal, pues es bien sabido que Galileo escribía sus tratados en romance – Y no en Latín – con la intención de no limitarse al mundo académico y llevar a las masas teorías que estaban muy por encima de su comprensión.
Como Karl Popper nos recordó los Inquisidores y Galileo partían de un mismo hecho: todos  aceptaban como verdades indiscutibles la Biblia y la Tradición, pero Galileo también aceptaba, como si de una nueva revelación se tratase, la razón y la experiencia sensorial, lo que le llevó a ser juzgado. Está perfectamente documentado que mientras Copérnico y sus seguidores se mantuvieron en el plano de la hipótesis (pues no era más que eso en ese momento) el Santo Oficio no metió la mano, pues se trataba de una discusión científica en base a datos experimentales que iban apareciendo. Sólo cuando Galileo quiso pasar de la ciencia al cientifismo, de las hipótesis y teorías al dogma, se reaccionó y se incluyó su libro en el Índice de libros Prohibidos “donec corrigatur”, es decir, hasta que se presentase como lo que era, una hipótesis. El pisano desoyó los consejos del cardenal Bellarmino: “…recoged el material para vuestra ciencia experimental, sin preocuparos, vosotros, de si, y cómo pueden organizarse en el corpus aristotélico ¡Sed hombres de ciencia, no queráis hacer de teólogos!”.

Galileo no fue condenado por lo que decía, sino por cómo lo decía, es decir, con intolerancia fideísta. No puedo imaginarme en boca de un paladín de la Verdad expresiones como “un imbécil con la cabeza llena de pájaros”, “una mancha en el honor del género humano” o “alguien que se ha quedado en la niñez”, a todo aquel que no aceptase por entero y de inmediato sus postulados, pese a ser expresiones que él mismo utilizó. Al fin y al cabo no hizo sino adelantarse a su época, prefigurando en varios siglos el racionalismo cientifista que dio inicio a nuestra Edad. No hizo caso a lo que el cardenal Baronio tuvo muy a bien decirle (“El propósito del Espíritu Santo, al inspirar la Biblia, era enseñarnos como se va al Cielo, y no cómo va el cielo”.), y encima ahora algunos mitos ponen esta frase en sus propios labios, tratando de defender lo indefendible y mostrando en qué clase de leyendas en los que se ha visto envuelta la figura del astrónomo.
Al fin y al cabo no eran buenos contra malos, sino hombres que actuaban de buena fe, pero que utilizaban métodos extrateóricos para hacerse prevalecer. Pongamos las cosas donde deben estar.
Pero no perdamos de vista a la dama de esta historia, la directora de escuela neoplatónica de moda, Hipatia, llevada a la fama por el director español Alejandro Amenábar, y que ha gozado de una gran acogida incluso en nuestra revista (disfrutamos de un artículo muy favorecedor dedicado a la misma de la mano de Yolanda Arias [1]). Acogida que iba pareja a la imaginación invertida por los guionistas, pues en lo tocante al rigor histórico no hay por dónde cogerla. Nos sorprende encontrar como cómplice del asesinato de la famosa filósofa (que no astrónoma, y ni mucho menos igualando los descubrimientos del alemán J. Kepler unos trece siglos antes) al obispo Sinesio de Cirene, muerto dos años antes que ella y que se refirió a la misma en su correspondencia personal en los siguientes términos: “Madre, hermana, maestra, benefactora mía”. Nos sorprende también ver cómo las enfurecidas turbas de cristianos irrumpen en la biblioteca de Alejandría arrasando con todo lo que encuentran, mientras Hipatia trata desesperadamente de salvar algún preciado manuscrito, sin embargo, la verdad es mucho menos romántica.
Hipatia no  se mantuvo virgen “para ser igual que un hombre”, como dicen en la película, ni murió a los 38 años, sino que mantenía el celibato como parte de la sofrosine, el dominio de sí misma a partir del control de las pasiones e instintos, y murió a la madura edad de 61 años, en el 415 dC. Errores, al fin y al cabo, de una importancia menor.
La famosísima Biblioteca de Alejandría no fue destruida por hordas de ignorantes católicos, ni muchísimo menos. La ciudad sufrió numerosos tumultos y saqueos, varios terremotos e inundaciones: los almacenes del puerto, con Julio César (47 aC), el saqueo de Aureliano (273) y de Diocleciano (297).  Durante la vida de Hipatia los cristianos destruyeron el Serapeo, un templo adyacente donde se erigía una columna conmemorando la “hazaña” de descuartizar cristianos en el circo. Como el templo funcionaba como almacén de libros éstos fueron dispersados (que no quemados) por lo cual la mayoría se perdieron.
Más importante fue la causa de su muerte, que poco tuvo que ver con el intransigismo religioso y menos aún con su actividad “científica”, pese a no ser lo mencionado, sino filósofa y esotérica. Los graves tumultos políticos de la ciudad, que muchas veces enfrentaban a paganos contra paganos, y cristianos contra cristianos, la llevaron a la muerte junto con otros dos obispos católicos (a los que protegía de esos mismos asesinos, heréticos y paganos principalmente), en un contexto de sanguinarios enfrentamientos, matanzas y sacrilegios por unos y otros, mientras la impotente autoridad civil no hacía nada por evitarlo.
Interesantes figuras escondidas tras imponentes mitos que he tratado de despejar un poco desde aquí. Poco más añadiré de Galileo, pero para aquellos que quieran profundizar en la leyenda de Hipatia de Alejandría les recomiendo este completísimo artículo: Las mil muertes de Hypatia.
Un saludo a todos, y recordad: la verdad es mil veces más apasionante que las cómodas mentiras que nos presentan.
Revista Tahona II Número 124 Enero 2011.

Por Fëanar
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[1] Hypatia, Tahona 121

4 comentarios:

  1. No lo he leído todo, pero a primera vista, la sophrosyne no es el concepto de autodominio (enkrateia), sino la no alteración del orden establecido. Para conocer mejor a Hipatia, los estudios de Clelia Martínez Maza o María Dzielska son excelentes.

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  2. La sofrosinia o sofrosina (σωφροσύνη) era un daimon que personificaba la moderación y el autocontrol, como bien indica Marie Dzielzka en su libro sobre Hypatia de Alejandria (En Inglés, por Harvard University press), de hecho es la filósofa quien pone la autora como ejemplo de dicha virtud. No sé de donde sacas esa definición de sofrosinia, pero en ningún manual de referencia aparece como tal.

    Yo que tú meditaría los artículos antes de lanzarme a comentarlos con tanta rapidez, no vaya a ser que, de los errores que cometas, nadie te tome en serio de nuevo.

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  3. Respuestas
    1. - MESSORI, Vittorio; "Leyendas Negras de la Iglesia"; Galileo Galilei (2000).
      - ARTIGAS, M. y SHEA, W; "El caso Galileo. Mito y Realidad"; Madrid (2009).
      - BRACE, R; "Was Galileo really prosecuted by the Church?"; UK Apologetics (2005); recuperado de: http://www.ukapologetics.net/galileo.htm

      En la última encontrará una amplia bibliografía científica sobre el tema.

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