Roma se deshace
En realidad
el Imperio romano no cayó, sino que se deshizo. Y no por completo, pues solo la
mitad occidental fue pasto de los bárbaros. El Imperio romano de Oriente
sobrevivió casi mil años más, aunque ahora le conozcamos como Imperio
Bizantino.
La
degradación interna de Roma había convertido una eficiente maquinaria militar
en apenas varios cuerpos de ejército útiles y había permitido y legitimado la
presencia de bárbaros no sometidos a Roma dentro de sus fronteras, acrecentado
la sensación de desamparo, con una corte imperial cada vez más preocupada por
si misma mientras una devastadora crisis hacía trizas el entramado social que
tanto había enorgullecido a Roma.
En Hispania
la situación era parecida a de otras provincias del occidente: menos
desarrolladas que las provincias orientales, con mucho menos oro y soldados
para defenderse. Pronto quedaron desatendidas cuando el general Estilicón
decidió llevarse todas las tropas de importancia de Britania, Galia e Hispania
para luchar por el trono imperial. Hispania tuvo suerte: su situación, más
alejada de las fronteras, evitó que el emperador otorgase tierras a los aliados
germanos que cruzaban las fronteras para, en teoría, protegerlas.
La crisis
económica provocó que los magistrados imperiales, cada vez más independientes,
aumentasen la presión fiscal sobre la población y esta se viese forzada a huir
de las ciudades hacia el campo, buscando la protección de algún aristócrata que
tuviese el suficiente dinero como para garantizarle sustento y protección a
cambio de su trabajo, dándose los primeros casos de feudalismo. De esta forma
se terminó de degradar el espacio social, que pasó de lo estatal a lo particular
y de lo urbano a lo rural.
Bagaudas
La principal
consecuencia de estos cambios fue la gravísima inseguridad fruto de las
durísimas condiciones de vida, que a su vez agravaba la crisis con sus acciones.
Esta violencia tomó una forma concreta.
Durante el
tramo final del Imperio se desarrolló en ambas vertientes de los Pirineos unas
revueltas conocidas como Bagaudas. Se trataba de bandas de esclavos, campesinos
y gente de baja condición social que, ante el desgobierno del Imperio y los
abusos de los administradores romanos, huían de las ciudades y se organizaban
en bandas de guerrilleros que desestabilizaron la zona hasta después de la
llegada de los visigodos. Para los romanos eran ladrones y delincuentes, pero
muchos vieron en ellos una justa revuelta contra los que no dejaban de ser
extranjeros en su tierra. La palabra bagauda puede tener dos orígenes: en latín
se traduce por “ladrón”, mientras que en celta significa “guerrero”.
Curiosamente las zonas donde se dieron las bagaudas, el valle alto y medio del
Ebro, eran de población celta.
Cuando el
poder imperial era fuerte, como en la restauración de Diocleciano, se mandaba
aun ejército imperial para dispersarlas, pero cuando el poder central decaía
estas volvían a surgir. Debido a su naturaleza las bagaudas eran tremendamente
complicadas de erradicar, pues no formaban un ejército regular ni dependían de
un estado concreto, sino que se valían de las técnicas de guerrillas para
atacar puntos clave de la logística enemiga. La provincia Tarraconense fue la
más afectada de todas, siendo el valle del Ebro y las cercanías del sistema
ibérico donde más bagaudas se concentraron.
A pesar de
operar en el campo, donde no había grandes concentraciones de tropas para
hacerles frente, llegaron a saquear varias ciudades, entre ellas Zaragoza,
donde acabaron matando a su obispo y sometiendo la ciudad durante varios días.
Sus grandes oponentes no eran ya las tropas regulares romanas, sino los
ejércitos privados que los aristócratas mantenían para defender sus intereses y
propiedades.
Pero las
bagaudas estuvieron muy lejos de ser una revolución que buscase tan solo
detener los abusos de los poderosos o de cambiar la estructura social. Tras la
llegada de los suevos a Hispania (los primeros bárbaros en llegar a nuestra
tierra), los líderes de las bagaudas no dudaron en aliarse con el rey suevo
Requiario para saquear conjuntamente a la población, como hizo uno de ellos, un
tal Basilio, en el 409. Fruto de esta alianza fue la caída de Lérida en sus
manos.
Su momento
de mayor extensión fue entre la caída del poder imperial en Roma y el
fortalecimiento del poder visigodo en la península, que estabilizó y pacificó
el país, terminando por completo con este tipo de revueltas. Sin duda fueron un
mal endémico, pero con momentos de tranquilidad, sobre todo después de las
grandes campañas militares de algún general romano o rey visigodo.
La traición de los romanos
Las guerras
civiles habían dejado muy maltrecho al ejército romano, que pasó a ser más
tropas de carácter privado que un ejército estatal y casi por completo
compuesto por bárbaros. La sociedad romana había perdido el interés por la
milicia, relegándolo a gente menos civilizada que ellos y, sin saberlo,
quedándose a su merced.
Vándalos, suevos
y alanos habían cruzado el Rin en el 406 y llevaban ya varios años saqueando la
Aquitania sin poder cruzar los Pirineos, pues los pasos fronterizos que
llevaban a Hispania habían sido defendidos con éxito por los llamados rústicos,
un grupo de guerreros irregulares de origen vascón que actuaba como única línea
de defensa frente a los germanos. Estos rústicos estaban mantenidos por algunos
jóvenes nobles hispanorromanos de la familia de Teodosio: Dídimo y Veriniano. El recuerdo de los doce años de incursiones germanas en la época del emperador
Galieno aún permanecía en la memoria colectiva.
Sin embargo,
uno de los muchos rivales del emperador occidental Honorio, el autotitulado
Constantino III, mandó a su hijo Constante para hacerse con Hispania. Constante
derrotó a las tropas de los jóvenes nobles y las sustituyó por sus propios
hombres, mercenarios bárbaros. Enseguida estas tropas abandonaron sus puestos y
se dedicaron a saquear tierras palentinas, permitiendo que los pueblos germanos
que aguardaban al norte se adentrasen en una Hispania por completo
desguarnecida (fines del 409).
En lo
sucesivo la península se convirtió en un caos. El terror de los años de
conquista romana volvió para sumir a Hispania en el horror de las matanzas, las
hambrunas y pestes, dejando a muchos pasto de la inanición y de las fieras
salvajes. No obstante, cuenta la crónica de Hidacio que en el 411, tras unos
años de locura, los bárbaros se tranquilizaron y procedieron a sortearse las
provincias de la diócesis Hispánica para vivir con relativa paz. Pero eso si,
como dominadores.
Los vándalos
asdingos y los suevos se quedaron con la Gallaecia,
los alanos con la Lusitania y la Cartaginense, la Bética fue para los vándalos sindingios. Los romanos rebeldes al
emperador Honorio que habían permitido el paso de los invasores se quedaron con
la Tarraconense.
En el 418
los visigodos se habían establecido como aliados de Roma en el sur de la Galia,
después de haber luchado durante dos años en su nombre contra los germanos
afincados en Hispania con relativo éxito (su rey, Alarico, murió nada más
llegar, en Barcelona). Desde el llamado reino de Tolosa incursionaron con
regularidad en la península ibérica, penetrando poco a poco en ella, a veces en
nombre del emperador y a veces a título propio. A mediados de siglo los
Visigodos ya controlaban toda la Tarraconense,
y tras sufrir una aplastante derrota a manos de los Francos (en el 507) esta se
convirtió en el principal territorio de los visigodos, que pronto expandirían y
que se acabó llamando el reino de Toledo.
Fëanar
No hay comentarios:
Publicar un comentario